There is a particular kind of grief that comes from watching your community be targeted. It’s the kind that doesn’t always have words — a grief that lives in the body, tightens the chest, disrupts sleep, and makes you scan the world for danger even when you’re home.
Tenía solo dos años cuando mi mamá y yo llegamos a los Estados Unidos. Demasiado pequeña para recordar el viaje, pero lo llevo en los huesos como si siempre hubiera estado ahí. Mi mamá me cuenta sobre esa noche—cómo me cargaba en sus brazos mientras...
I was only two years old when my mother and I came to the United States. Too young to remember the journey, but old enough now to carry the story in my bones. My mother often tells me about that night—how she carried me in...
Mi viaje—de ser una niña indocumentada que vivía con miedo a convertirme en una profesional de la salud mental y defensora—ha cerrado el círculo. Ahora uso mi voz para elevar a otros, luchar por el cambio y recordarles a mis compañeros inmigrantes: No estamos solos. Pertenecemos. Merecemos sanar y prosperar.