De Cruzar Fronteras a Construir Puentes: Mi Historia como Inmigrante

Tenía solo dos años cuando mi mamá y yo llegamos a los Estados Unidos. Demasiado pequeña para recordar el viaje, pero lo llevo en los huesos como si siempre hubiera estado ahí.

Mi mamá me cuenta sobre esa noche—cómo me cargaba en sus brazos mientras cruzábamos de Tijuana a San Diego. Éramos parte de un grupo pequeño de inmigrantes moviéndose en la oscuridad, cruzando un cuerpo de agua con miedo y en silencio. Ella recuerda el frío. La oscuridad. Y el peso del amor que sentía por mí, más fuerte que cualquier temor.

Esa historia nunca me ha dejado. Vive en mi corazón como un recordatorio silencioso de mis raíces y de por qué el trabajo que hago hoy es tan importante.

Crecí como hija de una inmigrante, rodeada de historias—historias de sacrificio, de empezar de nuevo, de dolor y perseverancia. He sido testigo de tantas historias de inmigrantes. Algunas marcadas por el trauma, el abuso y el miedo. Otras llenas de coraje, alegría y esperanza. Todas guiadas por el amor—amor a la familia, al futuro y a la vida.

Estas historias merecen ser vistas, escuchadas y honradas. Por eso, el trabajo de sanar, educar y abogar dentro de nuestras comunidades inmigrantes es tan necesario. Porque detrás de cada estatus migratorio, hay una historia. Una vida. Un legado.

Como terapeuta bilingüe y bicultural, entiendo el duelo que no se dice al dejar tu tierra, la presión de salir adelante en un país que no siempre reconoce tu humanidad, y las capas de trauma que muchos inmigrantes cargan en silencio. También reconozco la fuerza, el brillo y la belleza que habita en nuestras comunidades—porque yo vengo de una de ellas.

Tal vez no recuerdo haber cruzado esa frontera, pero la llevo conmigo todos los días. Y me siento orgullosa de caminar sobre los hombros de mi madre—y de todas las madres—que cruzaron ríos y fronteras para que sus hijos pudieran soñar.

Esta es mi historia. Una entre muchas. Y seguiré contándola—por nosotrxs.